Mujer y luna

domingo, 17 de octubre de 2010

Hermandad

Hola queridas amigas!!!

Quiero darles las gracias a quienes visitan mi blog y se han interesado en mi historia. Debo confesarles que es un gran desafío escribir algo tan propio donde se deben inventar mundos, personajes y todo, pero aún así ¡Me encanta! Y lo hago con todo cariño.

Un beso gigante,

Karen


Capítulo VI
Fragmentos del destino

                    

Pasé el fin de semana en las nubes y ¡cómo no! si había besado al chico más apuesto y sensual que conociera Saint Rose… Cada vez que recordaba nuestra intensa sensación de besos, cargados de deseo y pasión se me electrizaba la piel, envarándose hasta el último vello de mi cuerpo. Cerraba los ojos e intentaba recordar la energía de sus caricias y la humedad de su boca ¡Frida tenía razón, besar a un hombre era espectacular!

Podía oír los latidos de mi corazón: seguros, fuertes, comprobando su existencia en esta tierra. Gaspar era indiscutiblemente especial y a pesar de que lo conocía hace tan poco tiempo, podría asegurar que ya era parte de mí, incluso antes de que naciera. No sé de qué modo explicarlo, pero cuando estuvimos juntos fue como si esa fuera una “vez más”. Nos conocíamos a la perfección, más bien parecía un reconocimiento y no una primera experiencia.

El lunes de pura ansiedad desperté antes de las seis de la madrugada, tan sólo la idea de verlo de nuevo me ponía la sangre a hervir en las venas y recorrer mi cuerpo a la velocidad de la luz.  Me di una ducha rápida y cuando apoyé el pie sobre la cerámica para salir, resbalé y mi pierna derecha dio de golpe con la orilla de la bañera.

—¡Auch! —exclamé irritada, me había machacado muy fuerte el contorno de la rodilla. Tomé aire hondo y luego continué hacia mi habitación. Me sobé una vez más y me puse las pantaletas rosadas. De inmediato se me vinieron a la mente las moradas, el viernes había estado con ellas. Imaginé las manos de Gaspar enredadas en el contorno de éstas, para luego bajarlas con delicadeza. Sentí un estremecimiento en mi interior, difícil de describir,  pero muy agradable.

Cogí mi corpiño azul —no había caso, jamás podía coincidir con un conjunto del mismo tono— y saqué la camiseta morada y sobre ella me coloqué una sudadera gris. Me embutí un par de jeans y las zapatillas negras. Cogí la chaqueta del mismo tono y me dejé el pelo mojado. Volví al baño, pero esta vez para maquillarme los ojos con sombras gris oscuro y delinear el contorno negro. Sobre los labios me puse un bálsamo de gloss rojo intenso.

Con el estómago absolutamente compungido caminé hacia el paradero, pero para mi sorpresa antes del autobús del colegio, apareció un pequeño auto rojo: Frida.

—¡Vicky! ¡Sube! —parecía muy alegre.
—¡Hola! —saludé realmente contenta de verla, porque habían empezado a caer gotitas finas desde las nubes del cielo.
—¿Cómo estuvo ese fin de semana? —rió sarcástica.
—Bien, bien ¿por qué? —pregunté curiosa.
Mmmm, no sé, cuéntame tú —miró hacia mi lado a pesar de que iba manejando.
—Por… mi… desaparición —le di una pista, era evidente que ella sospechaba algo.

Asintió con la cabeza.

—¿Y, dónde estuviste? —torció una sonrisa perversa.
—Al final del bosque…
—¿Con quién? —contra preguntó de inmediato.
—Sola —mentí, pero una risita ridícula me echó al agua.
—¿Segura? —enarcó una ceja incrédula.

Escupí una risita cómplice.

—No, la verdad es que estuve con alguien… ¡Pero no se lo debes contar a nadie! —le supliqué acongojada.
—¡Palabra de amiga! —exclamó de inmediato y siguió— ¿Quién sería el afortunado?
—¡Es afortunada! —musite para fastidiarla. Frenó de inmediato y plantó sus ojotes verdes frente a mí, absolutamente descolocados.
—¡Pensé que hablábamos de un chico! —la sonrisa se esfumó de su rostro, endureciendo su expresión. Reí y torcí una mueca.
—¡Tienes razón! Es un él —sonreí.

Frida volvió a su posición inicial y continuó manejando con una risita de satisfacción en los labios.

—Y ¿me dirás quién es? —miró de soslayo.
—Este es un Off de Record —solté una carcajada— Gaspar Custós.
—¿Gaspar Custós? —abrió los ojos sorprendida— ¡Está guapísimo! ¿Y cómo fue? ¡Cuéntamelo todo, Vicky! —exclamó entusiasta y tan feliz como yo.



Ese viernes era la fiesta de inicio de campamento de invierno.  Me maquillé los labios de color carmesí y el borde de los ojos negros con sutiles brillos entre los párpados y las cejas. Acomodé mi cabello, desordenándolo un poco más —ahora algunas mechas me llegaban a la base del cuello, sólo unas cuantas, porque el resto aún se mantenía corto— por supuesto dejé al descubierto el trío de mechas rojas que me había hecho en el asiento de la nuca, simulando la cola de un pavo real.

La velada era formal y los más avezados aprovechaban la oportunidad para lucir hermosos trajes de fiesta. El mío constaba de un vestido gris azulado, tornasol, sin pabilos, un par de dedos sobre la rodilla y aglobado en la parte de la falda. Zapatos negros de charol —de mi madre— y un par de aretes grandes, platinados.

Edú me quería pasar a buscar, pero Frida se interpuso oportunamente. Dominique se iría con Isabel y Miguel, para ella el paraíso y para él, sólo una amiga más…, pero en fin, en nuestro entorno no aplicaba, definitivamente, el dicho “cada oveja con su pareja”.

La noche estaba fría y mi vestimenta no era nada abrigada, pero debía tolerar el frío, quería y debía impresionar a Gaspar, porque irían muchas chicas y cual de todas era más guapa que la otra. Isabel por ejemplo, era la amiga de infancia de Dominique y se destacaba por su curvilínea y esbelta figura, grandes ojos verdes, que derretían a cualquier hombre que osara mirarla un segundo y una tostada y perfecta piel bronceada tipo Hawaiian Tropic. A pesar de que le faltaba estatura, suplía aquella carencia con una osada personalidad.  Debía evitar la mayor cantidad de riesgos posibles, después de todo con Gaspar nos habíamos topado sólo un par de veces en el pasillo de la escuela, pero no tuvimos tiempo para conversar nada más, porque pronto nos rodearon más personas de las que hubiésemos querido o al menos eso creía yo.

El asunto fue tan simple como que el lunes, con la ansiedad ya viva en mi mente, nos encontramos cuando yo salía de la cafetería, tras el primer bloque y él, entraba apresuradamente. Iba solo.

Por poco le planto la mampara de vidrio en la cara, él la detuvo muy veloz y la hizo hacia atrás para, educadamente, cederle el paso a ese desconocido —yo— tan grosero y despistado que le había tirado la puerta encima.

—¡Disculpa! —exclamé en cuanto sentí que pusieron resistencia a la puerta, pero cuando noté que era él, sentí como mi rostro hirvió de vergüenza— ¡Disculpa! —insistí, colocándome a su lado.

Tampoco se había dado cuenta que era yo, pero cuando oyó mi voz levantó la vista y los ojos se le iluminaron hasta moldear ondas en sus intensos ojos calipsos ¡Sí, porque eran de ese tono! A veces parecían variar a azul, celeste e incluso verde, pero ahora que lo observaba con detención y luz, descubrí con fascinación que se trataba de unos maravillosos ojos del color de los mares paradisíacos con destello de grises claros. Sonrió.

—¡Hola! —torció la boca en un gesto sensual, curvando esos deliciosos labios cereza en una media luna invertida. Tenía el cabello miel oscuro y las cejas del mismo color, dándole una textura aún más angelical a su bello rostro. Tragué saliva, quedé media muda. Pronto recordé todo lo que había sucedido con aquel “desconocido”.
—Eeeh…eeeh —respondí tartamuda.

Un empujoncito me sacó del frenesí que evocaba su presencia.

—¡Vamos Vicky! ¡Ya vamos tarde, nuevamente! —Dominique me arrastró de un brazo y no era poco que ella lo hiciera, era lo bastante alta y corpulenta como para arrastrarme, contrastando con sus suave facciones de niña, parecida a una muñeca rusa.

Clavé mis ojos en lo suyos, suplicándole que me perdonara porque todo había sido tan rápido que no había tenido tiempo de reaccionar. Se quedó de pie a un costado del umbral de la puerta, esbozando una sonrisa resignada.

La segunda vez que nos encontramos fue a la salida del colegio. Ya había terminado la jornada y Frida me llevaba de vuelta a la casa. Salíamos del campus y él, por alguna extraña razón venía entrando. Nos miramos fijamente ¡Arg! ¿Por qué no tenía su número de teléfono? Estos encuentros mudos me estaban enloqueciendo.

Finalmente el viernes no nos vimos, pero tenía la esperanza de encontrarme con él en la noche durante la fiesta, por eso es que me esmeré en arreglarme… quería gustarle.  Incluso le había pedido, como nunca, dinero a mi padre para comprarme un vestido nuevo. Él lo había cedido a regañadientes, creo que apelando a su casi inexistente sentimiento de culpa, provocado al abandonarnos por lío de faldas.

La casa central de Saint Rose estaba completamente iluminada, llena de lucecitas pequeñas que enmarcaban el antiguo edificio.  Había antorchas en los alrededores, dándonos la bienvenida en la entrada. Estacionamos y cuando bajé del auto, noté que tenía un cardenal oscuro en la rodilla, fruto del golpe en la bañera que me había dado el lunes.  Tenía una curiosa forma de cruz.

 —¿Traes base? —le pregunté a Frida inquieta.
Mmmmm… ¡Pásame la cartera! —estiré la mano por detrás del asiento y cogí un diminuto estuche negro. Se lo pasé y ella la abrió— tienes suerte de que mi madre aún intente convertirme en una princesa de Disney —soltó una carcajada.
—Gracias, gracias, gracias —tomé el frasco con rapidez a causa del apuro que me provocaba tener una horrenda marca ¡Justo ahora! Apreté la base para extraer el cremoso maquillaje. Unté un buen tanto sobre mi oscuro cardenal— es todo lo que puedo hacer —musité desilusionada, porque en verdad había quedado casi peor.
—¡Estás guapísima, amiga! No deberías preocuparte tanto. Te aseguro que no tendrá ojos para nadie más que no seas tú.
—¡Cuánto quisiera que fuese así! —suspiré nada convencida, la competencia era ardua.
—¡Verás que así es! —sonrió para darme confianza.

En cuanto cerramos las puertas del coche, en medio de la penumbra vislumbré una atlética silueta, seguida de una gran sonrisa que se hizo paso en medio de la oscuridad. Era Edú.  Traía un esmoquin que lo hacía ver muy sensual. A Frida casi se le salieron los ojos de sus órbitas cuando la vio, aunque juraba que ya se le había pasado el amor por él.

—¡Vaya, vaya! ¡Qué suerte tengo de encontrarme con este par de bellezas! —saludó a Frida.
—¡Gracias! —exclamó mi amiga embobada. Luego aprovechó el momento para cogerme por la cintura y besarme muy cerca de la comisura de los labios. Miré a Frida, hizo un gesto de asco que intentó aplacar con una risita. Ella no era doble estándar, pero era evidente que la situación en cuanto se tratara de Edú, le afectaba.
—Tú te ves muy bien —debía reconocer que se veía guapísimo y olía de maravilla.
—Si tú crees… —torció una risita perversa y Frida entornó los ojos.  Nos entregó a cada una, uno de sus brazos para entrar junto con nosotras.
La música estaba fortísima, casi no nos oíamos. Detrás de nosotros aparecieron Dominique, Isabel y Miguel.

—¡Hola chicos! —saludó Miguel, quien miraba en todas direcciones, parecía preocupado por algo.
—¿Pasa algo? —le pregunté en un susurro, aprovechando que estaba a mi lado. Negó con la cabeza, pero no le creí.

De pronto una lúgubre luz dio paso a una silueta ya más que conocida por mí.  Traía un vestido rojo, ceñido hasta decir basta que hacía juego con su cabello rubio rojizo. Le llegaba una cuarta bajo el trasero. Además de medias oscuras de red. En cuanto me vio inclinó el rostro y sonrió, pero sus ojos estaban cargados de maldad.

—Buenas noches, gente —saludó déspotamente hacia mi grupo de amigos y luego clavó esos ojos verdes inquisidores sobre mí— ¿podemos hablar? —enarcó una ceja, mientras Edú la remedaba por detrás. No pude evitar reír, pero tuve que obviar la tirantez espontánea de la comisura de mis labios y morderme el labio para evitar hacerlo.
—¡Qué lástima, gatúbela! —ironizó Miguel— pero justamente un segundo antes de que aparecieras, Vicky había aceptado bailar conmigo —cruzó uno de sus brazos por mi cintura, arrastrándome hacia la pista de baile.
—Más tarde… —le aseguré un poco temerosa. Hizo un gesto con la boca y sonrió, lo que interpreté más como venganza que un gesto de amistad.
—Cómo quieras —moduló con los labios mudos y esos ojos verdes parecieron transformarse en llamas.

Miguel se paró frente a mí y comenzamos a movernos al ritmo de la música. Miré de soslayo para ver si Agata se había ido.

—Ya se fue —me aseguró, extendiendo una sonrisa de triunfo. Elevé la mirada tímidamente y no pude evitar sonreír. Su actitud había sido muy protectora y paternal, me había sentido muy protegida a su lado.
—Gracias —musité aliviada.
—Cuando quieras que se trate de librarte de ella —al mencionarla, por un momento la expresión de su rostro se enfrió. Recordé mi supuesto sueño donde ella me había atacado y Miguel me salvó… quizá había sido una premonición de lo que sucedería hoy, pero curiosamente, era como si Miguel lo supiera también.

Bailamos unas cuantas piezas que me sirvieron para entrar en calor, incluso sentía como una gota de sudor caía a través de mi espalda, empapándome el vestido.

—¿Quieres parar? —preguntó Miguel, siempre con una sonrisa cordial.
—¡Por favor! Sino me derretiré —carcajeé.  Me cogió del brazo y me acompañó hacia los sillones dispuestos para descansar. Sin embargo, en medio del camino se nos cruzó Edú.
—¡Ahora me toca a mí! —acercó su brazo.
—Edú yo no… —espeté derrotada.
—Déjala descansar unos minutos —lo regañó Miguel, pero él estaba ansioso y enarcó una ceja en espera de mi respuesta.
—¡Está bien! —accedí, intentando no defraudarlo una vez más, últimamente sólo habían sido desaires los que Edú había recibido de mi parte. Torció una risita triunfadora.
—¡Estás bellísima! —me murmuró al oído y la expresión de su rostro me mostró una mezcla de deseo y ternura.
—Gracias, Edú —sentí un leve ardor emerger hacia mis mejillas.

La música que tocaban era bastante candente. Me cogió por la cintura y me aferró hacia él. Podía sentir la tibieza dulce de su aliento ¡Cualquier mujer moriría por este modelazo!. Sus labios se acercaron peligrosamente a los míos, no obstante, su cuerpo se continuaba moviendo con una fogosidad embaucadora. Me apretó firmemente con una mano, mientras con la otra, pasaba sus dedos por mi cabello húmedo por la transpiración. Me sentí intimidada, pero no pude detenerlo, no quise hacerlo.

De pronto, como arte de magia pasamos de la música intrínsicamente tropical a electrónico furioso. Especie de rayos, tipo Guerra de las Galaxias, iluminaron la pista de baile. El ritmo cambió y no tuvo más opción que soltarme y yo, de dejar atrás ese cuerpo fibroso y esbelto.

—Ahora sí que necesito sentarme unos minutitos —le rogué compungida, mis pies se reventarían de un momento a otro.
—Está bien —contestó no muy convencido, pero continúo a mi lado— ¿quieres algo para beber? —sus ojos se tintaron traviesos.
—¿Qué hay? —en verdad tenía ganas de vaciar un poco de alcohol a mi cuerpo. Lo necesitaba, sobre todo ahora que me había dado cuenta de con quién bailaba Agata.
—Cerveza, ron y vodka —ofreció como si tuviésemos bar abierto y todo aquel trago fuera lícito.
—Ron —respondí con una risita cómplice. Fue por unos vasos de bebida y en cuanto tomamos un poco, se sentó con las rodillas sobre el sofá y se reclinó con mi vaso y luego con el suyo, por detrás de la butaca.
—¡Ahora, sí! Su pedido señorita Fleursacrée —torció una risita perversa, mientras pronunciaba mi apellido en un francés perfecto.
—¿Dónde tienes las botellas? —le pregunté espantada, porque los profesores hacían rondas de vez en cuando.
—Tú no te preocupes —me guiñó un ojo y se acomodó un poco más cerca de mí de lo que me hubiese gustado.

Di el primer sorbo y luego quedé casi atragantada cuando noté que Agata giraba en torno a Gaspar. Lo estaba seduciendo ¡Sí! Y muy suciamente ¡Arg! Por primera vez creo que la odié. Ella se había convertido una figura maquiavélica, pero sexy, muy sensual ¡demasiado! Faltaba poco para que trajera el látigo e hiciera un espectáculo gratis.

—Veo que Custós se está divirtiendo —buscó mi mirada a propósito. Quedé sin aliento, quise correr y alejarlo de ella, pero parecía demasiado entusiasmado… casi el borde del hipnotismo. No contesté y seguí bebiendo mi fragante trago, antes que la furia me nublara la mente y  me hiciera hacer el ridículo frente a todo Saint Rose.

2 comentarios:

  1. Ojalas en otro momento tengas mas tiempo para leer tus historias.. se que lo haré cuando tenga mas tiempo, ahora me debo marchar pero me metí en tu blog para seguirte por mientras.. yo soy Mistika en el foro.. y ahí leo tus fics Karen :)
    Nos leemos por alla o por acá :)
    Adiosin!

    ResponderEliminar
  2. Ooh! Agata, como la detesto ¬¬
    Ah, y no tienes que agradecer. Al contrario! Gracias a ti por traer una historia genial :)
    Cada día me gusta más! ;)
    Saludos, linda!
    Denisse.-

    ResponderEliminar

¡¡¡Muchas gracias por tu comentario!!!