Mujer y luna

martes, 26 de octubre de 2010

Hermandad

Hola queridísimas amigas!!!

Primero quiero agradecerles por visitar mi blog, incluso de los lugares más insospechados y recónditos (¡Me encantaría conocerlas!) Debo reconocer que me gustaría mucho conversar con ustedes y saber qué les parece "Hermandad".

Queridas, sólo puedo enviarles miles de besos y esperar contar con sus visitas a mi blog.

Cariños,

Karen
Capítulo VII
Entre la espada y la pared



Seguí bebiendo y bebiendo. No me preocupé de contar, pero creo que ya había pasado los tres vasos de ron. Tenía la vista fija en el espectáculo que montaba Agata junto a Gaspar. Me dolía el pecho, me sentía ridículamente traicionada ¡Y era una estúpida! Porque en verdad no teníamos nada de nada. Nada del modo formal, pero para mí había sido muchísimo más. Sentía su traición como si fuera una herida vieja, abierta con vehemencia y crueldad. Un tenso nudo se posó en mi garganta. Mordí mi labio inferior y sin querer solté el vaso aún con alcohol. Menos mal los reflejos de Edú fueron lo suficientemente veloces como para atraparlo antes de que se azotara en el suelo.

—¡Ey, Vicky! —llamó mi intención. Lo miré de medio lado, con un par de lágrimas a punto de brotar. Me miró con ternura y me acarició la mejilla— ¿Qué sucede pequeña? —susurró dulcemente y tuve que tragar saliva para contener el llanto. Negué con la cabeza y continuó con toda pasividad— no es necesario que me mientas… —sonrió defraudado.

Me costaba mantener la silueta de su hermoso rostro, pero aún así podía darme cuenta de que su vista continuaba fija en mí. Aquellos ojos verdes me traspasaban la piel. Con delicadeza acarició el borde de mi mentón con la yema de sus dedos y sin quererlo se relamió el labio inferior. De pronto, su mano tibia y suave se posó entre mi quijada y la base superior de mi cuello. Su rostro sensual comenzó a acercarse lentamente hacia el mío. No hice nada y mantuve mi posición congelada. Se acercó más y más y mis ojos intentaron seguir las huellas de su movimiento. Cerré los ojos y sentí sus labios tibios posarse a un costado de la comisura de los míos, más hacia la mejilla que la boca. Suspiró hondo, se detuvo y con decepción balbució en mi oído.

—¿Estás ebria, cierto? —aún continuaba con la mano en mi cuello, provocándome oleadas de agrado. Asentí. Oí que tragó saliva, y luego me besó la mejilla —quiero que esto suceda cuando el alcohol no te haya nublado la razón —musitó con su hálito tibio, acariciando mi piel y volvió a besarme. Pensé en protestar, pero me detuve, él tenía razón y no se merecía mi engaño.
—¿Tienes agua? —espeté con la lengua traposa. Edú sonrió.
—Por supuesto —los ojos esmeraldas se le iluminaron. Se movió detrás de la butaca nuevamente. Como arte de magia llegó un vaso con hielo frente a mis ojos que depositó entre mis manos.
—Gracias —le devolví la risita. Le pasé el vaso desocupado y el esbozó una sonrisa.
—¿Estás bien como para una pieza de baile más? —frunció el ceño, mientras esperaba mi respuesta con una sonrisa dibujada en sus labios frutilla.
—¡Claro! —acepté, aunque los pies me pesaban, pero no quería decepcionarlo más durante la noche. Él se puso de pie antes que yo y me extendió la mano para ayudar a levantarme. Cuando ya lo hice pasó su brazo por detrás y me aferró a su cuerpo, en tanto caminábamos a la pista de baile.

La música se había tranquilizado bastante. Miré de soslayo en busca de Gaspar y Agata, pero no los vi. Elevé la vista hacia Edú, quien me cogió entre sus brazos, rodeando mis caderas con sus manos y yo, hice lo mismo a la altura de su cuello. Apoyé mi cabeza en su regazo que, escasamente le llegaba a un par de manos de su hombro.

—¡Estás realmente bellísima esta noche! —podía ver su sonrisa traviesa, cuando dejó caer esos cumplidos en mi oído.
—Gracias. Tú también estás muy guapo —era cierto del todo. Oí algo similar a un suspiro y de pronto, mi cuerpo se vio atrapado un poco más entre sus brazos.
—Por ti esperaría otros tantos siglos más —farfulló para sí mismo.
—¿Qué dices? —pregunté de inmediato… ¿Siglos? Probablemente había escuchado mal.
—Nada, pequeña —bufó una risita y me volvió a acoger en su regazo. Por mi parte estaba segura de haber oído algo de “siglos”, aunque por supuesto no tenía coherencia, quizá el alcohol deformaba la realidad incluso al oírla.

Bailamos al compás de la música tranquila y la pista de baile parecía pertenecernos sólo a nosotros dos. Olía a menta fresca, tabaco con chocolate y hormonas masculinas, una deliciosa combinación. Era maravilloso estar con Edú, excepto por dos cosas: no podía sacarme a Gaspar de la cabeza y segundo, aunque Frida lo negara, él era el hombre de sus sueños y no se merecía que su mejor amiga se involucrara con él, aunque ella decía haberlo olvidado por completo e incluso, más de alguna vez, me había incitado a pensar esa posibilidad… ¡Realmente mi amiga despreciaba a Agata! Quería que me alejara de ella, incluso a costa de su propio sacrificio.

De tanto bailar sin pausa y como consecuencia de tantos vasos de líquido, la necesidad de ir al baño fue imperiosa, ¡mi vejiga explotaría de un momento a otro!. Estaba cómoda con Edú, pero mi necesidad era impostergable.

—Necesito ir al baño —le hablé al oído, delicadamente. En otra circunstancias me hubiese dado vergüenza plantearlo, pero ahora, con unas copas de más, no. Él sonrió, me cogió la mano y me acompañó hasta el término de la pista.
—Te esperaré aquí —guiñó uno de sus ojos verdes cargados de picardía y se volteó para no intimidarme.

Caminé entre la gente como pude. Miré a mi alrededor y me extraño que después de tanto rato, no hubiese siquiera pistas de Frida, Miguel, Isabel o Dominique. Continué sorteando todo tipo de escollos, como vasos, botellas, mesitas y gente, hasta alcanzar el baño de mujeres, ubicado a un costado más alejado, al final de un pasillo que parecía laberinto.

Pasé al baño y tras sentir un gran relajo me devolví por donde había llegado, pero en cuanto puse un pie fuera, una fuerte mano me cogió el brazo y me arrastró hacia un lugar oscuro. No alcancé a chillar, porque me tapó la boca con la palma. Su agradable aroma me era familiar.

Entramos a una especie de bodega, llena de elementos de aseo y cachureos varios. La luz de la luna se colaba por una rendija superior y su hermosa sonrisa me devolvió el alma al cuerpo. Era Gaspar.

—Dicen que la tercera es la vencida. Y ésta era la tercera vez que te veía y que me ignorabas —sus ojos claros y dulces me colmaron como la miel con hojuelas. Una sensación empalagosa y natural.
—No te ignoré, fuiste tú el que estabas entretenido con Agata —mis palabras sonaron a recriminación. Sonrió.
—¿Celos? —enarcó una ceja y torció la boca en un gesto de “no-mientas”.
—¡Va, qué dices! —¡Oh, no! Me había pillado ¿tan evidente había sido mi reacción?

Me cogió las manos entre las suyas, jugueteando con mis dedos. Elevó su mano hasta mi mentón y me obligó a mirarlo.

—No necesito a nadie que no seas tú —aseguró, pero no lo creí, era muy pronto para tragarme algo así.
—Claro —admití con una sonrisa nada convencida y una irónica de “seguro” en mi voz. Suspiró y en un segundo intento, agregó
—Esto tan cierto que parece irreal —acarició mi mentón con su dedo pulgar.

Lo seguí con la mirada hasta quedar prendada de la magia que emanaba su rostro angelical. Aquella mirada hablaba por mil discursos. Traspasaba la necesidad de estar junto a mí, tan fuertemente como yo necesitaba estar con él. Entrelazamos nuestras manos y él aprovechó la oportunidad para acercarme a su cuerpo. Inclinó la cabeza lentamente y atrapó mi boca con la suya, logrando hacerme escapar un gimoteo de placer. El contacto con su piel era como sumirme en una sensual sensación de viscosidad húmeda y tibia, que acrecentaba a pasos agigantados si se sumaba a mis ansias de fundirme en él.

Me lancé a sus brazos, mientras me cogía por las caderas para sentarme sobre un mesón adosado a la pared. Nuestros besos se intensificaron cada vez con más fervor. La sincronía de nuestras lenguas, batiéndose en una danza desenfrenada de amor, estaba poniendo al borde de los límites mi cordura, enfrentándome al deseo de tenerlo.

Crucé mis piernas por detrás de sus caderas, quedando tan íntimamente unidos que tan sólo pensarlo me causo un escalofrío y aumentó la temperatura de mi piel. Su boca se fue a la base de mi cuello y comenzó a beber sorbo a sorbo de mí.  Una onda de frenética pasión embargó la habitación y no sabía si era a causa del alcohol o de la embriaguez que me causaba Gaspar.  Mis manos se fueron al centro de su pantalón, entonces fue él quien me detuvo.

—Por favor, Victoria… —musitó con dificultad— cuando estoy contigo mi voluntad se hace trizas —me rogó con los ojos cerrados y la respiración errática, mientras me empujaba con sutileza hacia atrás, interponiendo sus manos entre nuestros cuerpos.
—Gaspar… —solté en un suspiro hondo.
—Mi dulce sueño —acarició mi cabello y el contorno de mi rostro. Sus ojos parecieron humedecerse de emoción. Mi corazón se hinchó de alegría, porque él parecía tan feliz como yo de estar conmigo. Continuó contemplándome, de un modo extraño, con nostalgia.

Se acercó con cuidado y me estrechó entre sus brazos. Mi pulso se agitó hasta que el cuerpo me hirvió por completo. Podía evidenciar como mi rostro se calentaba a raíz del rubor y las palmas de las manos se me mojaron de sudor.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —espetó ya más tranquilo. Asentí.
—Aquel chico con el que bailabas, ¿es tu novio? —unas sombras oscuras pasaron a través de sus ojos celestes, profundizando el color hasta volverlo azul.
—¿Edú? —pregunté extrañada. Asintió, frunciendo los labios hasta volverlos una línea fina— ¡No! —casi aullé— sólo somos buenos amigos… —mentía, mentía, mentía, era obvio que entre nosotros había algo más.
—¿Y por eso estuvo a punto de besarte mientras conversaban en las butacas? —el tono de su voz se volvió áspero, sin embargo continuaba pausado.
—Bueno, eso… ¿Dónde estabas tú que viste eso? —contra pregunté.
—¿Acaso importa? —elevó una ceja y sonrió, incrédulo.
—Claro —protesté, de seguro estabas con “ella” —escupí irritada y dejé en clara evidencia mis torcidos celos.
—No estaba con ella. Estaba en el asiento contiguo al tuyo… solo —aclaró tranquilo.
—¡Eso es mentira! —repliqué.
—Me dabas la espalda —prosiguió. ¡Oh, no! Sí que debería haber visto el casi beso.— Luego te pusiste a bailar. Tuve que esperar a que fueras al baño para seguirte…  —sonrió avergonzado.
—¿En serio hiciste eso? —reí extrañada, pero feliz de que lo hubiese hecho.
—De otro modo sería imposible tener tantos detalles ¿no crees? —torció una hermosa sonrisa, acompañada de un tierna mirada.

Aterricé de un momento a otro ¿Cuánto llevaba aquí? ¡Había dejado a Edú botado! De seguro pensó que me había pasado algo.  Gaspar notó mi inquietud.

—Le dije a mi amigo que volvería pronto —él aceptó nada convencido y me ayudó a bajar, pero cuando lo hice, me volví a golpear la rodilla— ¡Auch! —exclamé adolorida, llevándome instintivamente la mano hacia ésta. Me volvió a coger por las caderas para subirme al mesón y con tono preocupado preguntó.
—¿Te hiciste daño? —sus ojos se oscurecieron.
—No es nada. Sólo que esta mañana me he pegado en el mismo lugar y ya tenía un cardenal un poco resentido —aseguré ya menos afligida.

Sin preguntarme cogió mi pierna, causándome una oleada de calor espontánea. La movió levemente hacia la derecha, observando la “hermosa” mancha púrpura en mi piel que ahora parecía una rosa roja.  La acarició sutilmente e inclinó su cuerpo hasta posar sus labios y besarla. Quedé sin aliento y mi corazón comenzó a bombear sangre con tanta rapidez que corría el serio riesgo de estallar. El contacto de sus labios con mi piel había sido tan sublime que por poco enloquezco, pero a su vez, no podía desconocer el curioso nivel de intimidad que existía entre nosotros, si sólo nos conocíamos hace un poco más de una semana.