Mujer y luna

domingo, 26 de septiembre de 2010

Hermandad

Muchas gracias por visitar mi blog!!!
(Introducción, Capítulo I y II más abajo)
Capítulo III
Reflejo del pasado


Abrí los ojos de sopetón. Investigué mi entorno y con alivio descubrí que me encontraba en mi habitación. Amanecía, porque la luz plateada se colaba por la ventana, convirtiendo las superficies de un blanco platinado. Suspiré aliviada y me acomodé sobre las almohadas ¡Había sido una pesadilla! ¡Un atroz y temible sueño!

Respiré aliviada y giré sobre mi misma para volver a dormirme, sin embargo, cuando apoyé el la palma de la mano sobre la sábana un dolor punzante me electrizó.

—¡Auch! —exclamé instintivamente. Levanté la mano y ¡Oh, no! ¡Horror! Del centro de ésta brotaba sangre más roja y oscura de lo normal, que goteaba lentamente sobre las sábanas blancas “¡Mamáaaaa!”, traté de gritar una y otra vez, pero la voz no me salía y tampoco podía mover el cuerpo. La sangre caía y caía formando el corazón de una rosa roja. Dolía y mucho, como si tuviese una espina enterrada en la carne viva.
—¡Victoria, hija, Victoria! ¿Cómo te sientes pequeña? —podía vislumbrar a la distancia la dulce voz de mi madre, sin embargo, por más que intentaba volver a la realidad era imposible… una fuerza extraña me sumía en el delirio y la inconciencia.

Un bosque con tupidas flores coloridas me rodeaban. Habían gardenias, rosas y tulipanes naranjos, blancos y azules.  Grandes ramas, como brazos de gigantes se extendían en la infinidad del cielo, fundiéndose con el celeste tenue del amanecer. Mis pies parecían flotar sobre el césped tupido, liso y suave como el terciopelo. Miré hacia todos lados y  no encontré a nadie, estaba sola en medio de ese inmenso campo. Corrí desesperadamente hacia un lago de aguas tranquilas que se asomaba al final del paraje. Me sentía inquieta, asustada, aterrorizada.

Me acerqué cautelosa a la orilla, y de pronto vi el reflejo de una noche oscura y perfectamente iluminada por una redonda luna incandescente, rodeada de miles de estrellas luminiscentes. También podía ver la copa de los árboles, sin embargo, al acercar mi rostro para mirarme, descubrí que yo no me reflejaba. Lo intenté nuevamente sin ningún logro. Coloqué la yema de mis dedos sobre el agua plateada. Luego, continué con el brazo completo. Puse un pie y luego el otro. Observé mi cuerpo,  nuevamente llevaba el vestido blanco. Me sentía sola, sola y desgraciada. No habían ruido, todo se limitaba al silencio total.

De pronto, una fuerza invisible y avasalladora, como el abrazo de una gran ola, me cogió por lo pies, hundiéndome hasta las oscuras profundidades ¡Me ahogaba, sí, me ahogaba! Y por más que intentaba pedir ayuda, era imposible. Pataleé y agité los brazos, pero sólo lograba zambullirme más… hasta que pude vencer la desesperación y me abandoné en la resignación, cerrando los ojos y dejando que el agua invadiera mis pulmones.

Un impetuoso movimiento me obligó a abrir los ojos, sacándome a flote.

—¡Nada, Victoria, nada! Ya vienen por nosotros… tú puedes… —me suplicaba la voz, mezcla de dolor e impaciencia. Pero aquel sonido era mi energía vital que nacía desde las entrañas.

Continué dando brazadas desesperadas, mientras esa mano amiga me arrastraba consigo. El torrente de agua me tapaba los oídos, la boca y la nariz, pero sabía que debía seguir, no importaba cuán cansaba estuviera… él me necesitaba y yo a él. No podía fallarle.

Bajo mis pies sentí las duras piedras fangosas que indicaban que estábamos pronto a la orilla. Cuando las fuerzas se me acababan él me tomó por la cintura y me sacó del torrente fluvial de aquel lago que de un momento a otro se convirtió en un tortuoso río de aguas turbulentas y salvajes.

—¿Cómo estás? —la calidez de su hálito traspasó mis oídos. Cruzó un brazo por mi espalda aferrándome hacia él. No lo podía ver, pero incluso en la oscuridad más infinita podía oír su voz clara, dulce y poderosa.
—B… bien —respondí con la mandíbula castañeando de frío.
—¿Segura? —parecía afligido— está muy helado… ¡Lo siento tanto! –sus dos manos atraparon mi rostro y me acarició el cabello con ternura— esto no debía haber sido así —masculló entre dientes, con la voz quebrada a punto de llorar.
—No es tu culpa, tú lo has hecho lo mejor pos… —espeté para calmar su ansiedad. Sin embargo, ahogó mis palabras tapándome la boca con una de sus manos. Debía callar.

Cerré los ojos y puse atención a nuestro alrededor. Unos pasos silenciosos, pero certeros se acercaban hacia nosotros. Me tomó por la muñeca, y me dio vuelta hasta ponerme detrás de él. Respiraba agitadamente.

De un momento a otro una figura esbelta se envaró frente a nosotros. Era una mujer. No podía ver su rostro con claridad. Llevaba una antorcha ente las manos, pálidas y finas. Su voz era arrogante.

—Es mejor que me la entregues. Si la encuentran ellos será peor… no quedará con vida —farfulló con una sonrisa perversa en los labios. Lo poco que podía ver de su rostro me resultaba familiar.
—¡No! —se opuso, mientras los músculos de su cuerpo se tensaban bajo su piel. Se hizo hacia atrás y me adosó a su cuerpo, totalmente decidido a morir por mí si fuese necesario.

La mujer se acercó más a nosotros… ¡Por fin lo podía ver! A pesar del ambiente tenso y aterrador, la dulzura de esos ojos celestes me devolvieron el alma al cuerpo. La luz le daba un especial aspecto a esa piel tersa, blanca como la nieve, con la mandíbula cuadrada y una perfecta nariz recta. Me miraba con desesperación por debajo de unas tupidas pestañas. Tenía el cabello castaño a medio crecer, casi bordeándole el mentón, desordenado y húmedo.

—¡Te amo! —apretó los labios en una línea, intentando controlar el temblor del mentón. Los ojos se le cristalizaron. El fuerte sonido de caballos galopando a toda velocidad, invadió el ambiente.
—Ya están aquí —exclamó la mujer con cautela— si no me las entregas… su vida acabará para siempre…

Aquel muchacho, mi muchacho, se cogía los cabellos con fuerza, como queriendo arrancárselos… no sabía qué hacer. No sabía de qué modo protegerme.

—Iré por ella… —prometió, mientras extendía mi mano hacia aquella mujer.
—Esto está por verse —respondió, sarcástica.
—Perdóname mi vida, pero no tengo otro modo para salvarte en este momento… —su voz se despedazó. De pronto me cogió con fuerza nuevamente, me aferró hacia él unos segundos y luego, sentí como un caballero me cogía con un brazo para montarme a su caballo. Me había entregado a ellos, pero en el fondo de mi corazón sabía, que no había otra opción.


—¡Vicky, Vicky, Victoria! ¿Me oyes? —unas palabras roncas y cautelosas soplaron en mi oído. Asentí.
—Dejó de delirar —anunció aquella voz con satisfacción.
—Mi amor, hija —las manos de mi madre me cobijaron bajó paños húmedos.
—La fiebre a descendido… la infección se ha ido atenuando —concluyó el doctor Weissman.
—¡Oh, gracias! —respondí mi madre aliviada.
—Sin embargo, aún tendrá que continuar con los antibióticos para combatir la herida de la mano  —revisó las vendas de mis manos, en tanto las cambiaba.
—Claro —aceptó mi madre— Quizás cómo le habrá entrado esa infección —habló para sí misma.

Miré a mi alrededor, despejándome el mareo. Me pasé la lengua por el labio inferior, pero estaba seca.

—Te traeré agua —mi madre se puso de pie, pero antes me acomodó la cabeza sobre las almohadas.

Observé al señor Weissman y de pronto, el perfil de su rostro me pareció similar a la de uno de los hombres de mi sueño. El del otro día… ¡Claro! Era el líder del grupo de caballeros. Le sostuve la mirada y él sonrió, ignorante de mis pensamientos.

—Buenas noches, Victoria —se despidió con una venia y antes de salir por el umbral de la puerta, volteó— tienes muy buenas defensas chica, no te expongas innecesariamente a las infecciones que te rodean —volvió a esbozar una cálida sonrisa y continuó su camino.

Sus palabras eran en doble sentido o quizá me lo había imaginado. Bueno, después de dos días delirando a causa de una infección “sin” origen conocido, era de lo más normal que el médico quisiera dar algunas indicaciones. Ya no sabía si el episodio de Agata era de verdad o mera ficción de mi cabeza delirante. No me atreví a preguntar.

El jueves me reincorporé a clases. Frida estaba sentada en nuestra clase de arte. Mantenía el cabello verdoso. Sonrió en cuanto me vio.

—¿Cómo te has sentido? —se acomodó en el banco del fondo para dejarme libre uno de los pupitres.
—Bien —negué con la cabeza— en verdad no sé qué me pasó realmente —un impulso me llevó a confesarme frente a ella. Su aura me inspiraba confianza, sobre todo si era acompañada de una dulce sonrisa.
—Supiste… ¡Apareció Agata! —me puso al día con entusiasmo fingido, en verdad no se soportaban.
—¿En serio? —enarqué una ceja entusiasmada, a pesar de que las últimas veces con ella no habían sido muy agradables, ni siquiera en mis delirios.

Frida me miró fijamente y creí ver cierta negación en su mirada, sin embargo, sonrió y el rostro se le volvió a iluminar.

—¿Viste al chico nuevo? —torció una sonrisa traviesa y sus mejillas parecieron ruborizarse de alegría.
—¿Nuevo? ¿A mitad de semestre del último año? —asintió.
—¡Es guapísimo! Y llegó justo a tiempo para las alianzas el campamento de invierno —me guiñó un ojo. Eché la cabeza hacia atrás, incrédula.
—Tú sabes que los chicos y yo… no… —mordí el labio inferior y enarqué los ojos. Frida me cogió ambas manos y sus ojos brillaron de picardía.
—¿Has besado alguno? —esos ojos verdes como el mar caribe parecían explotar de emoción, iluminados por las hormonas y la perspicacia. Negué con la cabeza— ¡Lo suponía! —concluyó feliz. Luego acercó sus labios a mi oído y susurró bajito— primero vive la experiencia y después, me resignaré a tu veredicto —cerró un ojo y volvió a su posición habitual.

Miré hacia el frente y sonreí sola, en verdad ya había descartado tener relaciones sentimentales con el sexo opuesto, siempre me había sentido rechazada por ellos, quizá no lo suficientemente bonita, atlética e inteligente, poco digna….

Apareció la señorita Torres y tras ella, un chico alto, esbelto, de cabello castaño y cortado como a machetazos, pero muy sensual. Sentí un leve calorcito emerger hacia mis mejillas frías. Aquella figura atlética se plantó frente al curso sin ningún temor… ¡Oh, por favor! Tuve que tomar bocanadas de aire cuando me di cuenta que era el mismo chico de mis sueños ¡Oh, ¿podía ser posible?! ¿O acaso mis sueños eran premonitorios? Elevó la mirada, clavándola en mis ojos, como si supiera que yo estaba ahí, o al menos eso había creído yo ¿Quizás me había puesto a alucinar?

—Jóvenes les presento a Gaspar Custós —él sonrió y su dulce mirada me traspasó los huesos. Por un minuto miré a mi alrededor y me di cuenta que no era la única que había caído hechizada bajo la cálida mirada del nuevo compañero.

El corazón me comenzó a latir con fuerza y sentí la cara hervir a raíz del rubor.

—Gaspar es un artista innato, así que en esta clase más que un alumno será mi ayudante —hasta la señorita Torres parecía hacerle ojitos, a pesar de sus avanzados setenta y tantos. Casi podría jurar que se oyó un suspiro al unísono. La mayor  parte de la clase éramos chicas.

La clase comenzó. Hoy buscaríamos luces y sombras, sólo carboncillo. Frida, como era habitual trazó unas largas líneas oscuras que a poco andar se convirtieron en unas perfectas alas de ángel, en medio de un bosque tupido, lleno de ojos. Después noté que era un hada, una hermosa mujer de cabello lacio y oscuro que lloraba sobre la copa de un árbol.

Mi mente quedó en blanco y no se me vino nada a la cabeza. Sólo podía ver las perfectas facciones de aquel chico nuevo y seductor. Una suave sensación me recorrió el cuerpo, similar al sutil soplido de un ángel, erizándome la piel y embriagándome de amor.