Mujer y luna

domingo, 10 de octubre de 2010

Hermandad

Mil gracias por visitar mi blog!!!

(Capítulos anteriores e introducción, están más abajo)
Capítulo V
Perdida



Despertamos del frenesí de besos, cuando los pajaritos comenzaron a piar en la puerta del mausoleo. El aire fresco se coló por la rendija de la puerta, haciéndome temblar de frío. Fue en cambio brusco, porque realmente no había sentido ni una pizca de los estragos que podría habernos causado la gélida noche de invierno. La calidez de su cuerpo me había resguardado la velada entera, pero el amanecer era más potente aún.

Cuando aclaró por fin, descubrí con alegría el detalle de la tersura de su piel blanca, los hermosos ojos que ahora parecían calipsos, llenos de luz, piedad y dulzura; la hermosa sonrisa compuesta por unos envidiables y blancos dientes, enmarcados en los labios más sensuales que había visto en mi vida; además, era dueño de una nariz recta y delgada; una masculina barbilla cuadrada y en la base de su mentón, justo en el límite con el cuello, un marcado lunar café oscuro. Y como si fuera poco, también poseía un dócil cabello castaño claro entrelazado con hebras de brillante tono miel, que le caían desordenadas sobre las orejas y parte de la frente.

Vestía una chaqueta gruesa como las que se usan para la nieve, de un tono azul intenso y bajo ella, se asomaba un capuchón gris. Llevaba pantalones azul petróleo y unas zapatillas muy cool de cuadros blancos con negros.

—Creo que es hora de irnos —me besó la punta de la nariz y torció una sonrisa pícara. Lamió sus labios de modo inconsciente, hipnotizándome. Pude ver su deliciosa lengua rosada por un segundo. Quería devorar de nuevo aquel delicioso fruto maduro, tan empalagoso como un mango caribeño. Me lancé sobre su boca, cruzando los brazos por detrás de su cuello. Él soltó una risita, pero respondió de inmediato.
—Me quiero quedar contigo, Gaspar —gemí entre besos.
—No podemos… debes ir a tu casa —la palabra “casa” me escarmentó de inmediato. ¡Uy, uy, uy! Si mi mamá debía estar hecha un loca. Tenía que haberme tratado de ubicar al colegio y por supuesto, no me iba a encontrar. Allí se darían cuenta que se me había quedado la mochila en la sala de clases y dentro de ella, mi móvil.
—Creo que tienes razón —solté aire, consternada. Él enarcó una ceja.
—¿Estás lista? —continuó. Asentí.

Cogió mi mano entre la suya y salimos por ese bosque frío y lleno de neblina, pero ya claro y más legible. Su mirada se desvió hacia el lado izquierdo e hizo una especie de venia muy disimulada. Observé, se trataba de aquella cruz, donde lo había visto arrodillado la noche anterior y que parecía resaltar en medio del campo santo.

—Gaspar —musité, en tanto caminábamos por las hojas y el césped, mojados— ¿tienes a alguien aquí? —pregunté curiosa. Asintió.
—A unos de los pilares de mi vida —sonrió melancólico, pero del modo en que terminó la frase, dejó en claro que no quería seguir conversando de ese tema.
—¡Ah, claro! —exclamé torpemente, me sentí una intrusa. Él me miró de soslayo y sonrió.

Tras caminar veinte minutos encontramos la salida. La misma reja por donde había entrado la tarde anterior y que durante la tormenta había sido imposible hallar. Caminamos por el bosque por más de una hora y de pronto, a lo lejos, distinguí el patio de la escuela. Había mucho alboroto y dentro de éste, carros de policías ¿Qué estaba pasando? ¿Esto era por mí? ¿Por nosotros? ¡Uf! Ahora si que me esperaba un buen castigo por idiota. Comenzamos a acelerar el paso. Desde aquí podía ver a mi madre y a mi padre con claridad y a los pies de ellos, Rafael. La directora estaba junto a ellos. Un poco más allá estaban Frida, Edú, Miguel, Dominique y ¡Agata!

A pesar del horroroso escenario, sentía una fuerte sensación de valor dentro de mí. Miré a Gaspar y él me guiñó un ojo para impartirme más fuerza.

—Te esperan —sonrió.
—¡Me van a matar! —farfullé mordiéndome el labio inferior.
—Sólo están asustados.  Anda, deben verte —me besó la mejilla, muy cerca de la comisura de los labios y me soltó la mano.
—¿No irás conmigo? —le recriminé, alarmada.
—Dudo que les dé una buena impresión verte apareciendo en la mañana, entre los árboles, con un chico desconocido —intentó tranquilizarme. Inspiré profundo, por un momento pensé que se avergonzaba de mí, pero pronto comprendí que tenía razón.
—Creo que tienes razón —en respuesta enarcó ambas cejas, sarcástico— obvio que la tienes  —solté una risita estúpida.

Caminé hacia ellos contra mi voluntad, porque lo único que quería en ese instante era quedarme junto a Gaspar. Rafael me vio de inmediato.

—¡Vickyyyyyyyyyyyy! —aulló con su vocecita infantil e iluminó de par en par sus grandes ojazos negros con forma de almendra. Mis padres se voltearon y Rafa se soltó de la mano de mi madre para correr hacia mí. Me abrazó por la cintura— sabía que estarías bien. Él te cuida siempre —espetó con la carita hacia atrás, el mentón pegado en mi vientre y los brazos cruzados por mi cintura.
—¿De quién hablas? —pregunté descolocada.
—Del chico de… —continuó, pero mi madre llegó tras él y me dio un gran abrazo, ahogando las palabras de mi hermano.
—¿Dónde estabas, Vicky? —lloriqueó ella con las manos temblorosas y un cigarrillo en la mano.
—Me perdí en el bosque —anuncié.

Me rodearon mi papá, la señora Röshberg y los chicos.

—Siempre se les ha advertido que el bosque es muy peligro, Victoria —me reprendió la directora, fulminándome con esos ojos grises de buitre carroñero.
—¿Qué te pasó, Vicky? —farfulló Edú, ansioso.
—Estoy bien —dije para calmarlos.
—Pensé que no te vería nunca más, hija —mi madre pasó sus brazos por mi espalda nuevamente— cómo además la señora Röshberg me contó que estabas enferma…
—¿Segura que estás bien, Vicky? —agregó Miguel.
—Claro que está bien —contestó Frida por mí— ¡Mírala! —exclamó orgullosa, con una risita en los labios, como si hubiese sabido lo que me había sucedido durante la noche.
—Por supuesto que sí —bufó irónico Edú. Miró vigilante hacia los árboles, intensificando la mirada, como si supiera de la presencia de Gaspar. Clavó sus ojos en mí con algo de resentimiento y se retiró de nuestro lado, justamente hacia el bosque.

Frida cruzó una mirada de complicidad con Miguel y Dominique me arrulló entre sus brazos, mientras susurraba en mi oído.

—Me alegro que estés bien, amiga —agregó sinceramente. En cambio Agata, se quedó a un metro del grupo, me dirigió una mirada cargada de odio y se alejó. Quise seguirla para darle alguna explicación, pero Frida me detuvo.
—¡Déjala! No tienes porqué darle explicaciones —la expresión de su rostro se endureció, pero luego sonrió para dulcificarla. La dejé ir sin dejar de sentirme culpable.

¿Cómo le revelaría todo esto a Agata? ¡No entendería! Probablemente se iba a sentir traicionada. Me preocupaba por ella, incluso a pesar de que andaba muy extraña de un tiempo a esta parte. Desapareció sin previo aviso, no me llamaba y al parecer, tampoco le interesaba saber de mí, hasta ahora, claro.

De pronto se acercó un señor gordito, de bigotes y mirada chocolate muy cálida. Era el jefe de policías.

—Señorita Fleursacrée —se envaró frente a mí con un cuaderno y un lápiz— según el procedimiento, debemos llevarla al hospital para constatar que esté usted efectivamente bien —aseguró bajo la gorra con un poco de suspicacia.
—Estoy bien, se lo aseguro. No es necesario —reclamé.
—Debemos llevarla y tomar su declaración —¡Mierda! ¿Qué les diría? “Me quedé dormida y luego estuve con el chico nuevo besándome durante toda la noche dentro de un mausoleo” ¡Arg! De seguro buscarían a Gaspar y lo interrogarían y luego, se enteraría todo el colegio y él no me hablaría nunca más en la vida. Asentí no tenía opción.

Me llevaron en el carro de policía, sin baliza para mi tranquilidad, salvando de este modo mi dignidad durante lo que quedaba de año. Ya suficiente trabajo en contra había hecho ayer con ponerme a llorar como una nena dentro del aula y sin ninguna razón lógica, ni siquiera para mí.

Mi mamá me acompañaba en la parte trasera del automóvil estatal, en cambio Rafael se había ido con papá en su carro. Mi mamá me tenía cogida la mano. Yo me sentía fatal, muy avergonzada, ya no estaba en edad como para que mi mamá me llevara de la mano, pero al mismo tiempo entendía que la noche anterior debía haber sido fatal para ella, pensando que quizá me encontrarían descuartizada o simplemente violada por un psicópata suelto. Le sonreí tímidamente.

—Me alegro mucho que estés bien, hija —me miró y sonrió, iluminando su rostro cargado de dolor, creo que aún no procesaba sus emociones.

A pesar de que apenas nos conocíamos con Gaspar —menos de veinticuatro horas— nuestro encuentro había sido muy intenso, fogoso y pasional. Difícil de explicar, pero muy fácil de vivir. Había pasado de la tristeza más grande hacia la gloria sin ninguna escala de neutralidad. Gaspar tenía una energía distinta, desbordaba calor, dulzura, inteligencia, seguridad y deseo ¡Él sería mío a como de lugar! Lo necesitaba junto a mí de ahora y para siempre.